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Soy el pingüino excéntrico del grupo: Friki, listo, y divertido.

miércoles, 8 de junio de 2011

No es Helena, ni es Troya; somos nosotros.

Un timbrazo estridente da comienzo a mi libertad.  La imaginación empieza a tomar las riendas de mi conciencia. Salgo lentamente, sin prisas, porque ahora me queda un largo camino de vuelta a casa. Estoy cansado, agotado, con el cerebro recalentado y recuperándome de las heridas sufridas, como el que lucha en una batalla estúpida y sin motivo alguno, pero cumpliendo con mi deber. Me siento un Ulises, que destruyó Troya por Helena. Pero no soy Ulises. Él lucha por su Helena, yo sólo le acompaño. ¿Y dónde está Helena? Tras su Troya maciza, infranqueable e inexpugnable.

Allá vamos con todo el ejército, desarmados, somnolientos, inexpertos. Y cuando llegamos, vemos sus altos muros y su aspecto sólido e imponente. Muchos se asustan y no lo intentan. Pero en esta guerra no está permitido perder. Están condenados (por algún dios troyano, que los ha maldecido) al fracaso, a chocar inútilmente contra sus muros, sin conseguirlo jamás porque realmente jamás lo han intentado. Desertan, y cuentan historias fantásticas para que nadie lo intente. Y siguen creyendo que no pueden.

Aquiles es mejor, más rápido y golpea más fuerte. Los demás creen en él y le siguen. Pero es arrastrado por la gente a atacar las murallas. Da igual, las murallas aguantan; Aquiles es humano y cae en la batalla junto los demás.

Ulises fue el único que entendió que Helena es sólo una pobre excusa. ¿Una gran e insistente guerra por una sola mujer? ¿Ése es nuestro deber? ¿Una mísera pelea sin sentido, de la que puede que no salgamos ganado? ¿A esto hemos quedado relegados? No, el objetivo era Troya. Una Troya que guarda en su interior muchos tesoros y reliquias, bien ocultos a los profanos, lo que les hace mucho más valiosos. Él lo sabía. Intentó decírselo a todo el mundo. 

-          ¿Qué mas darán los tesoros? Se lucha por Helena- Respondieron en el fragor de la batalla.

Sólo le escuché yo. Sí, también quedo yo. Yo no voy desanimando a la gente, tampoco sigo a Aquiles. He visto caer a demasiados como él. Yo soy el que cada día ve las murallas más bajas. Por eso escuché a Ulises. Y a cambio me contó el secreto de Troya. Troya tiene las mejores murallas, pero sus puertas están abiertas. La Troya amenazadora es sólo una ilusión creada por aquellas historias de soldados que no vieron las puertas, pero están demasiado asustados y nadie piensa con claridad, no ven lo evidente. No están para rechazarnos, quieren que entremos y veamos. La destrucción no tenía sentido. Yo paré de luchar nada más oírle, y me fui con él. Cuando los demás están ocupados, él y yo entramos en la ciudad, ocupada en defenderse del ataque, y sacamos lo verdaderamente valioso. ¿Helena? Huyó al comienzo de la guerra, pero los troyanos la seguirán defendiendo con sus vidas la ciudad. Para Ulises, como buen guerrero, coge todo lo de valor: es el oro, joyas, mujeres, … Yo he descubierto algo mejor.




El conocimiento. Jamás pensé que descubriría tanto conocimiento en Troya. No sólo los pergaminos, papiros, libros y demás. Es su cultura, su forma de vivir. Edificios, juegos, canciones, héroes. Es todo diferente. Nosotros no conocemos nada de eso. Todo lo que tienen, yo lo voy aprendiendo. No son malos porque luchemos con ellos, ¿sabes?, son diferentes. Tienen cosas muchísimo mejores que nosotros, que podrían enseñarnos. Primero, que no nos atacan por una razón tan pobre. Ellos defienden su ciudad. Yo he entrado en ella, y sé  por qué lo hacen.

Pensaréis que estoy loco por ponerme a mirar en una guerra. Sí, estoy en una guerra, pero es mi guerra. He cambiado el objetivo. Soy yo batallando contra mi ignorancia. Soy un Ulises buscando el conocimiento, y ésa es mi causa, mi Helena particular, que me da fuerzas para luchar. No estoy muerto, ni derrotado, ni caído, sino triunfador, vencedor, más vivo que nunca, renovado, alegre, con la sensación del deber bien cumplido.

El problema es que para Ulises no. No sólo ha tenido que saquear silenciosamente la ciudad, gracias a tenerles ocupados día y noche en una causa estúpida. A eso no me opongo. Sigo sirviendo a mi país, y siguen siendo mis amigos. Los Troyanos siguen siendo mis enemigos, aunque me hayan ayudado a ver que no hay que luchar con ellos. El problema es que tenemos que vencerles. No hay posibilidad de retirada. No hay posibilidad de tregua, ya lo hemos discutido Ulises y yo. Sabe que no puedo estar contra ellos, ya no. Tampoco puedo estar a su favor. Yo les he defendido, he intercedido por ellos. Sus dioses y lo míos lo saben. Y pronto tiene que caer. Ulises no lo podrá reconocer, pero la idea del caballo ha sido mía. No me enorgullezco. De lo que sí que me enorgullezco es de avisarles, y esto no lo sabe nadie. Cuando entren, no habrá nadie. Y cuando quieran irse verán que los troyanos se han ido con nuestros barcos cargados de sus cosas. Qué más da, tenemos los suyos para volver. Yo no soy un traidor, esto ha sido una victoria por retirada en toda regla. Tenemos una hermosa ciudad, aunque, paradójicamente, vacía por nuestra culpa. He avisado a Ulises que yo no podré ser el héroe del caballo. Que lo sea él. Y así fue como Ulises conquistó Troya. Así soy yo, ni héroe ni traidor, soy el que entraba a aprender.

Nota del autor:

Querido lector, ésta es una historia que mi imaginación me ha contado mientras que espero al autobús después del instituto, como hace todos los días. Pero mi propia imaginación es mucho más lista que yo mismo, y me ha costado averiguar que no me está cambiando la versión de la famosa leyenda, sino contando mi propia historia. 


Enrique Huesca Santiago (1º BI)

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